lunes, 1 de noviembre de 2010

Homenaje de 4º de primaria del colegio Pedro de Mena a Miguel Hernandez


Miguel Hernandez nacio el 30 de Octubre en Orihuela (Alicante).Hijo de un pastor de cabras. Estudio en el colegio de los jesuitas aunque lo abandono muy pronto para ganarse la vida como lechero y pastor, ya por entonces era un aficcionado a la lectura sobre todo de la poesia clasica española. Estuvo interesado al teatro y asistia a representaciones que se celebraban en la Casa del Pueblo de Orihuela, incluso llego a participar en alguna de ellas.Publico algunos poemas en el periodico de Orihuela y en la revista El Gallo Crisis. Formo parte de la tertulia literaria, en Orihuela, de Efren Fenoll y Ramon Sije del que fue gran amigo. A los 30 años viaja a Madrid, busca trabajo pero, pese a sus esfuerzos, no lo consigue. Lleva sus versos a el escritor Ernesto Gimenez Caballero, director de la gaceta literaria, una de las mejores revistas literarias de el momento, pero no logra que se lo publiquen. Publico,esta vez en la revista Cruz y Raya, su auto sacramental '' Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que seras '' , fue colaborador de Jose Maria Cossio en Los Toros y conoce a poetas como el chileno Pablo Neruda, o los españoles Rafael Albertti, Luis Cernuda y otros. Se caso en el año 1937 con Josefina Maresa. Aficcionado a el Partido Comunista Español, durante la Republica tomo parte en las Misiones Pedagogicas, intentando llevar la cultura a las zonas mas deprimidas de España. Durante la Gerra Civil española se alisto en el ejercito republicano y asistio al Congreso internacional de intelectuales antifascistas de 1937 en Valencia. Tras la Gerra fue detenido en la frontera portuguesa. Condenado a pena de muerte,se le conmuto por la te treinta años pero la tubercolosis acabo con su vida el 28 de Marzo de 1942 en el penal de Ocaña de Toledo.

4 comentarios:

  1. A la luna venidera
    te acostarás a parir
    y tu vientre irradiará
    la claridad sobre mí.

    Alborada de tu vientre,
    cada vez más claro en sí,
    esclareciendo los pozos,
    anocheciendo el marfil.

    A la luna venidera
    el mundo se vuelve a abrir.

    ya e escrito la poesia

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  2. Besarse, mujer,
    al sol, es besarnos
    en toda la vida.
    Asciende los labios,
    eléctricamente
    vibrantes de rayos,
    con todo el furor
    de un sol entre cuatro.

    Besarse a la luna,
    mujer, es besarnos
    en toda la muerte:
    descienden los labios,
    con toda la luna
    pidiendo su ocaso,
    del labio de arriba,
    del labio de abajo,
    gastada y helada
    y en cuatro pedazos.

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  3. Orillas de tu vientre

    ¿Qué exaltaré en la tierra que no sea algo tuyo?
    A mi lecho de ausente me echo como a una cruz
    de solitarias lunas del deseo, y exalto
    la orilla de tu vientre.

    Clavellina del valle que provocan tus piernas.
    Granada que has rasgado de plenitud su boca.
    Trémula zarzamora suavemente dentada
    donde vivo arrojado.

    Arrojado y fugaz como el pez generoso,
    ansioso de que el agua, la lenta acción del agua
    lo devaste: sepulte su decisión eléctrica
    de fértiles relámpagos.

    Aún me estremece el choque primero de los dos;
    cuando hicimos pedazos la luna a dentelladas,
    impulsamos las sábanas a un abril de amapolas,
    nos inspiraba el mar.

    Soto que atrae, umbría de vello casi en llamas,
    dentellada tenaz que siento en lo más hondo,
    vertiginoso abismo que me recoge, loco
    de la lúcida muerte.

    Túnel por el que a ciegas me aferro a tus entrañas.
    Recóndito lucero tras una madreselva
    hacia donde la espuma se agolpa, arrebatada
    del íntimo destino.

    En ti tiene el oasis su más ansiado huerto:
    el clavel y el jazmín se entrelazan, se ahogan.
    De ti son tantos siglos de muerte, de locura
    como te han sucedido.

    Corazón de la tierra, centro del universo,
    todo se atorbellina, con afán de satélite
    en torno a ti, pupila del sol que te entreabres
    en la flor del manzano.

    Ventana que da al mar, a una diáfana muerte
    cada vez más profunda, más azul y anchurosa.
    Su hálito de infinito propaga los espacios
    entre tú y yo y el fuego.

    Trágame, leve hoyo donde avanzo y me entierro.
    La losa que me cubra sea tu vientre leve,
    la madera tu carne, la bóveda tu ombligo,
    la eternidad la orilla.

    En ti me precipito como en la inmensidad
    de un mediodía claro de sangre submarina,
    mientras el delirante hoyo se hunde en el mar,
    y el clamor se hace hombre.

    Por ti logro en tu centro la libertad del astro.
    En ti nos acoplamos como dos eslabones,
    tú poseedora y yo. Y así somos cadena:
    mortalmente abrazados.

    Miguel Hernández

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